sábado, 23 de abril de 2011

La fuerza del destino...

La fuerza del destino

…y las pataletas del ego…

Anoche estuve con la bella y ya anciana profesora de canto que me recibió cuando llegué a Munich, en 1993. Hablamos de muchas cosas, entre otras, bellas cosas, de cómo la vida la ha ido llevando de la mano a través de ricas experiencias y dificultades no comprendidas en su momento, hasta llegar a ser lo que es ahora: Una señora digna y sabia, llena de energía, aceptando las enseñanzas de un severo maestro que ahora la habita: el cáncer.

Quise compartir su serenidad y aprender de esa sabiduría que respira y, como a muchas otras personas de su edad que encuentro tranquilas y vitales le pregunté: ¿Rita, qué es lo más importante que has aprendido en la vida?...

Su respuesta fue fulminante: Juan, me dijo con una sonrisa, la vida me ha enseñado que es mejor aprender a amar lo que me toca hacer que buscar a toda costa lo que creo que amo. Terminó su frase y se quedó unos minutos en un solemne silencio contemplativo, los ojos mirando en ese horizonte indefinido, vacío, fugaz, adornado de vivencias y sensaciones de toda una vida…

Súbitamente comenzó a narrar, con entusiasmo de adolescente, una historia que yo ya le había escuchado: Juan, mira qué importante es aprender a escuchar los llamados de la vida.

En los años sesenta yo enseñaba canto y acompañaba cantantes en Nueva York. Un buen día, vino un amigo de largo tiempo, compañero de fiestas y reuniones y actor, con el que yo trabajaba de vez en cuando. Era un chico tímido que cantaba un poco y quería prepararse para hacer musicales en Broadway. Tenía una audición importante unas semanas más tarde y quería prepararse conmigo.

Trabajamos intensamente durante varias sesiones y hasta ensayamos un código de señales para que no olvidara sus entradas y fuera recibiendo mi feedback durante la audición, darle seguridad y construir así, las frases y los momentos de clímax de las canciones que interpretaría.

Llegó el día de la audición y, para nuestra sorpresa, el piano estaba en una esquina en la cual él no alcanzaba a verme… además, excepto por el escenario, en el que él se encontraba, todo estaba en la más profunda oscuridad. Al fondo del teatro se escuchaba, por megafonía, la voz de la asistente de la dirección artística pero no era posible saber quién se encontraba en la sala.

Dijeron su nombre y a la orden de ¡Comenzad!, empecé con la introducción de la primera canción y… él no cantó. Repetí uno de los temas buscando hacer evidente la entrada pero todo continuaba en silencio… Mi amigo había entrado en un estado de pánico, se había congelado en el escenario. Me aparté un poco del piano y lo ví allí: Pálido, sudoroso, rígido, con la mirada perdida y asombrada de su propio silencio. De repente hizo un respingo como tomando consciencia de su lugar, se inclinó varias veces, balbuceando, pidiendo disculpas y salió del escenario chocando aparatosamente contra una silla.

Lo encontré en la zona de camerinos. Estaba furioso y profundamente triste. Lloraba, pateaba las paredes, se recriminaba por esa falta de aplomo, por esa serenidad que no había tenido en el momento clave del que él esperaba, sería el comienzo de una nueva fase de su carrera. Se culpaba y atacaba por esa irrecuperable oportunidad perdida. No admitía siquiera que yo le hablara, que intentara consolarlo. Nos marchamos y supe que durante las 2 semanas siguientes había estado profundamente deprimido hasta que llegó la llamada que todo cambió.

Sin saberlo, durante su audición, si es que así puede llamarse a una interpretación magistral de bloqueo silencioso, de temor y timidez absoluta, estaba presente un director de teatro y cine que comenzaba a tener una cierta importancia. Cuando éste director fue llamado a dirigir una película de Hollywood que se convertiría en pieza de culto, inolvidable, y revisaba el guión pensando en el casting, en el tipo de actores que necesitaría para sus personajes, recordó súbitamente a aquel joven tímido, congelado sobre el escenario y sin dudarlo, decidió contratarlo para el papel principal.

La película: El graduado. El actor: Dustin Hoffman. Inesperadamente, un salto a la fama impensable para un joven que esperaba construir paso a paso su carrera de actor desde Broadway, abatido por su estrepitoso fallo… más bien, contratado por su estrepitoso fallo...

¡Cómo cambia una vida cuando en su aleteo, el ángel del destino te derriba, te saca del sendero que te empeñas en construir desde un esfuerzo enceguecido por temores y deseos confusos que nada tienen que ver con la dirección que tu alma necesita!

Juan, terminó diciendo, el alma en nuestra inconsciencia se vale a veces del deseo para llevarnos y nos hace creer que la miel del logro es duradera. Eventualmente reconocemos el vacío y la futilidad de todo eso y reconocemos la fuerza de un orden, sabio, que ha estado presente en todo el tejido de nuestra vida y reconocemos que hay otras formas y otras maneras de vivir: aceptar y amar lo que ahora estás haciendo, atento y dispuesto a la vida y a entender sus ocultos movimientos. Jamás sabremos más de lo que nos corresponde. Pero siempre estamos aprendiendo. Ese es el misterio.

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