martes, 8 de febrero de 2011

El merecimiento.


La cultura del logro y del merecimiento valida un velado sistema de castas…

He tenido una vida extrañamente privilegiada, con sorpresas increíbles y coincidencias… imposibles. Anoche, relatando algunos de los más recientes regalos que me ha hecho la vida, con muy buena intención y una gran sonrisa me decían: ¡Es que te lo mereces!. Esa frase, cariñosa, considerada, amable, inocente, en fin, esa frase, se me atrancó. Extraño, ¿no? Me metí en ella como por la puerta estrecha de una mina y comencé a descubrir la cara oculta del pretendido merecimiento.

Este tema es complicado de exponer y generará sorpresas, inquietud, quizás malestar, puesto que damos por sentado el valor del mérito como baremo de manera incuestionable. En el merecimiento, como decía mi profesor de Coaching, se asienta el principio movilizador de la automotivación y es uno de los pilares de la autoestima (Principio PCM: Es posible, Soy capaz, Lo merezco)… Si se me permite, intentaré ilustrar por qué, a lo sumo, considero el concepto del merecimiento, como una muleta de transición.

Las cosas más bellas y más importantes de mi vida, han llegado, aparentemente inmerecidas. No he hecho méritos para conseguirlas. No las he buscado, punto. Aparecieron en el camino inesperadamente. Una vez reconocía que revelaban un llamado del alma, un lugar que me correspondía asumir, el escenario para una lección de vida que me tocaba aprender, me entregaba al proceso de estudiar, aprender y conseguir las competencias necesarias para mantenerme allí mientras fuera relevante, siempre atento al momento en el que la nueva puerta se abriera invitándome a atravesarla.

Ilustraré uno de estos eventos, quizás el más contundente, con un par de preguntas: ¿Quién merece más tener una carrera de éxitos en el canto lírico, con presentaciones en los más importantes teatros de ópera europeos; un médico que le dedicó durante 2 años una o dos horas al mes de su tiempo libre a tomar clases de canto como hobby, sin haber pisado jamás una escuela de música…. o, sus compañeros, esforzados y comprometidos estudiantes de conservatorio superior, apasionados y asiduos discípulos que entregaron a su formación entre 8 y 10 años de dedicación exclusiva? Ah, es que el talento tiene una fuerza que supera al esfuerzo dirán algunos… pero, y ese talento, es merecido? Metámonos en arenas más movedizas aún: ¿Es justo? Je je.

El ámbito circunscrito por el merecimiento refuerza el ego, la separatividad, es arrogante, define la vida y el valor personal como equivalente al logro. Yo no he vivido buscando cumplir metas ni objetivos. No defino mi valor como ser humano ni el de los demás por mis logros, es más, muchas veces, con perplejidad, reconozco que bajo todo punto de vista, algunas de las cosas que me llegan serían consideradas como inmerecidas y entiendo el encono y la sensación de injusticia vital que han generado en torno mío en quienes, precisamente, validan el merecimiento…

La cultura del logro y del merecimiento valida un velado sistema de castas, intrínsecamente violento y competitivo, cuyos principios definitorios pueden ser más o menos sutiles o evidentes; estos principios han cambiado a la par que los valores culturales, pero han estado presentes a lo largo de la historia de la humanidad carcomiendo la posibilidad de un verdadero encuentro desde el corazón.

Está la postura de quien le pide a la vida y cree que, cuando algo coincide con su deseo, es deferencia de la divinidad… ¡Qué arrogancia! Nos cuesta aceptar que EL DESEO SIEMPRE EXCLUYE. Aquí no hay diferencia entre la ancianita arrodillada ante la imagen de la Virgen de Guadalupe pidiéndole por la sanación de su esposo gravemente enfermo y George Bush, ante cámaras y micrófonos, pidiéndole a Dios que cuide y garantice la victoria de sus tropas que se lo merecen porque… son justas en su razones y motivos! ¿Qué tal cambiar el foco?. ¿Qué tal si partimos de la base de que existe un ordenamiento sistémico y que nuestra función es estar atento a sus necesidades?. Que la coincidencia del evento con el deseo no es más que la ratificación de que estamos en lo que nos toca… no que merezcamos el regalito porque somos más justos o más bonitos, porque hemos hecho más méritos o porque ya hemos sufrido bastante.

Sí, no se trata de estar atento a mis aparentes necesidades y deseos, se trata de ser sensible a las necesidades del sistema, que se revelan, en lo inmediato, en mi proceso interno de alineamiento y consonancia con las lecciones de vida que el alma necesita que aprenda. Entonces, surge una capacidad de adaptación, de reacción, de cambio profundo sin fricción, entonces, surge toda una construcción ética y de responsabilidad que hace eco a los antiguos Upanishads, al Eclesiastés, al Evangelio de San Juan, a las entrevisiones de orden y coherencia de los grandes místicos. Todos coinciden en que no se trata de buscar, más bien, se trata de encontrarse en lo que es y en lo que no podemos controlar.

Sólo entonces danzamos, aprendemos, nos integramos sin reservas y sin defensas y garantizamos, en nuestro proceso, la plenitud, aún en el vacío.