Juan José Lopera Sánchez.
La construcción de equipos de alto rendimiento,
eficaces, productivos, que funcionen de manera armónica y coordinada y que sean
capaces de superar los retos relacionales que la cotidianidad laboral les
impone, es uno de los desafíos más grandes para las organizaciones
modernas.
Nadie escoge a su equipo de trabajo. Los equipos se
comportan como organismos complejos y en extremo sensibles, casi caprichosos,
con reglas implícitas de convivencia que es menester cuidar. Mientras que por un lado los nutre la
individualidad, la fuerza, el conocimiento, el ímpetu particular de las
personas que los conforman, sólo adquieren operatividad y son capaces de
obtener sus mayores logros en la medida en que esas individualidades puedan
alinearse en torno a una visión compartida y reconocer, más allá de lo
operativo, un vínculo profundamente humano.
Nuestras organizaciones y el planeta claman a gritos por
una visión sistémica de la vida. Nuestras empresas necesitan que desde la
construcción misma del plan de negocios, desde la inducción de los nuevos
trabajadores, se reconozca la interdependencia como eje conceptual, como valor
fundamental que enmarque y rija las relaciones y los procesos. Cuando la
interdependencia es eje rector del quehacer organizacional, es más fácil
sentirnos colaboradores, complementarios en nuestras diferencias, valiosos
desde el talento individual y enfocarnos en las necesidades del equipo.
¿Quién no ha notado el cambio de estilo de juego en
nuestra selección de fútbol? Se ha
creado consciencia de equipo y los resultados no se han hecho esperar! Y no es
que talentos individuales que sobresalen por derecho propio no sean
necesarios. Ningún equipo rechazaría a
un Messi, a un Falcao… sin embargo, en soledad, no rinden lo mismo. Falcao, actual
goleador de la liga española (tercero tras Messi y Ronaldo el año pasado), hasta
hace poco, con nuestra selección, prácticamente no metía goles. ¿De quién fue el cambio? Del equipo.
¿Qué cambió en el equipo? La mentalidad.
Cuando llego a una empresa para acompañar equipos que
se encuentran en situaciones de tensión profunda, los comunes denominadores,
las causas subyacentes del malestar se pueden contar en los dedos de una mano. Cuando me acerco a un equipo en estado de
tensión, no me interesan los particulares.
Las conversaciones y eventos circunstanciales son, en cierta medida
anecdóticos y su utilidad inicial es servir como válvula de escape. Ayudan a configurar el mapa pero no son el
territorio.
Mi trabajo se centra en construir encuentros desde la humanidad
compartida, desde la semejanza: ¿En qué
nos parecemos?, ¿Qué es verdaderamente importante para cada uno? ¿En
condiciones ideales, qué querríamos todos en el equipo y en la
organización? Desde allí, reconstruimos
la historia del equipo con otra mirada, sanando el resentimiento y reconociendo
las diferencias como verdaderos valores agregados que lo hacen más lleno de
recursos y capacidades. Lo específico lo
dejo para más tarde y los eventos concretos los abordo una vez los cimientos
del encuentro humano estén firmes.
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