sábado, 27 de octubre de 2012

El muro de las lamentaciones.

Dinámica vivencial.
Juan José Lopera Sánchez.

Introducción.
Cuando en el año 1999 fui por primera vez a Israel, en Jerusalén, me impactó profundamente observar a cientos de personas realizando sus oraciones, expresando sus pesares, ante el muro de las lamentaciones, el famoso muro del profeta Jeremías.  En su mayoría judíos, los penitentes del muro, oraban y pedían hablando velozmente y balanceando sus cabezas y sus cuerpos en una extraña danza cantábile y conmovedora.

En ese momento surgió en mi la idea de utilizar la figura del muro de las lamentaciones como un ejercicio para expresar lo no dicho y desbloquear la emocionalidad contenida asociada a esas experiencias guardadas.  ¡Debo reconocer que sus efectos son profundísimos!  Es una dinámica que genera una profunda catarsis y por tanto, de ser acompañada de una manera muy sensible y activa por el facilitador, permitiendo la resolución de los eventos expresados.

Descripción:
A los participantes se les motiva contándoles la historia del muro de las lamentaciones y diciéndoles que ésta es una oportunidad para expresar cosas que por temor, por enojo, por falta de oportunidad o desconocimiento, nunca pudimos expresar.  Secretos, reclamos, rendiciones de cuentas, todo cabe puesto que cada una de esas cosas no dicha se aloja en nuestras gargantas como piedras en la molleja de una gallina y… pesan.

Se les explica que con el fin de guardar su intimidad y con el fin de anular el efecto enjuiciatorio de la mente, aquello que expresarán lo dirán en un idioma inventado cuyo significado sólo ellos conocen.  Deben ponerse en contacto interno con la situación dolorosa o no expresada y, una vez comience la música y el facilitador de la instrucción correspondiente, “hablar” de ella en esa lengua propia, que nadie más comprenderá.

Acto seguido se les pide que en una hoja de papel escriban el nombre de 5 personas importantes para ellos y que la lean unas cuantas veces tratando de sintonizarse con conflictos no resueltos… una vez conseguido ésto, pueden trasladar esa emocionalidad a otras situaciones y escoger, al momento de comenzar, por donde quieren comenzar.  Como algunas personas se sienten extrañas haciendo ese ejercicio, vale la pena decirles que al inicio, es válido también que hagan “como si…” lo estuvieran haciendo con la certeza de que rápidamente, la mente y la emocionalidad se alinean con el procedimiento y encuentran un vía de expresión concreta.

A continuación se les pide que se acerquen a la pared y escojan un sitio en el cual se sientan cómodos.  Se da comienzo a la música y se les invita a que comiencen con sus palabras a la pared.

El ejercicio debe terminar agradeciendo también al muro, luego de un pequeño período de transición y en lengua propia, todo aquello que no hemos agradecido.  El facilitador debe estar muy atento a los ritmos internos del grupo y a los procesos individuales que se desencadenan para acompañarlos adecuadamente.

Durante todo el ejercicio hay música intensa de naturaleza emocional.  Yo, particularmente, uso el adagio para cuerdas de Samuel Barber con frecuencia para la primera parte y el andante de la séptima sinfonía de Beethoven para la segunda.

Es un ejercicio bellísimo que permite resoluciones muy profundas cuando es llevado y acompañado adecuadamente.

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