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En medio de la subida, después de pedalear 10
minutos cuesta arriba, aparecieron de improviso, jadeantes, pistola en mano,
cerrándonos el paso. Después de
encañonarnos y empujarnos hacia el rastrojo, comenzaron a insultarnos y a hacernos
una serie de reclamos muy interesantes: “Marranitos hijueputas, nos pusieron a
correr” decían y era como si justificaran una rabia contenida con esos reclamos
e imprecaciones… era como si necesitaran crear una razón, interiormente,
enfocada directamente en nosotros, para fortalecer y hacer específico su
resentimiento, su odio… justificar así su necesidad de robar y, al declararnos
culpables de su cansancio por la carrera, culpables de algo concreto que les
molestaba, acallar su culpa.
Ahora que reconozco este mecanismo de manera
tan evidente. Tan evidente
desplazamiento de una culpa que no existe para justificar la propia acción, el
propio enojo y las acciones que de él se derivan, observo que en muchas
situaciones de la vida he sido sujeto o ejecutor de similares sentencias.
En cierres de pareja sucede muy
frecuentemente. Adoptamos
interpretaciones muchas veces complejas e inusitadas cuya única función es
acallar una culpa inconsciente frente a una palabra mal dicha, frente a una
decisión propia cuyo error nos cuesta reconocer, cuya responsabilidad nos
cuesta aceptar. Entonces, construimos
una causa y su correspondiente sentencia que recae sobre el otro solamente
porque necesitamos tener una razón para
el enojo, para la rabia, para el ataque.
Aunque fueran justificados el juicio y la
sentencia, siempre tenemos la elección de ejecutarla o no.
Raisha
pregunta: ¿Qué sucede si adoptamos la posición de considerar que lo que nos
acontece, aún la vejación, es espejo y reflejo y oportunidad de aprendizaje?
... al menos, el enojo y el sufrimiento que impone el resentimiento sobre el
corazón que lo anida desaparecen y es posible otra mirada.
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